2023: Pirineos+Teruel+Alpes italo-suizos ( ‘dieci duemila’)



Iba a llamar a este verano ‘dieci duemila’ o ‘dix deux mille’ porque hace diez años empecé a escalar montañas de más de 2.000 metros (la primera fue el Tourmalet) y porque la intención era escalar diez montañas que tuvieran una altura similar. Pero se produjo un contratiempo que trastocó los planes iniciales. Tuve que improvisar.
Primero fui a los Pirineos, donde hacía tiempo que deseaba subir unos cuantos puertos, entre ellos el mítico Col de Portet, de 2.215 metros, pendiente media del 8,3% y porcentajes máximos del 12,5%. Hacía mucho frío y niebla, así que tuve que abrigarme. No se veía más allá de 200 metros. Lloviznaba y eso provocó un efecto indeseable y bastante asqueroso en esa pista, que cabras, ovejas y, sobre todo, vacas, atraviesan constantemente pues es su zona de pastoreo. Nada les impide defecar sobre el asfalto, por donde pasan vehículos que pisan las plastas, que con la lluvia se desmenuzan o hacen papilla fácilmente. Resultado: desde la desviación del Pla d’Adet el asfalto estaba cubierto por una gruesa capa semilíquida de material fecal que se prolongaba hasta la cima. Era imposible sortearla. Las ruedas la atravesaron al subir y luego al bajar. Así que es fácil imaginar cómo acabó la bici, el sillín, el coulotte y el maillot. Hasta el casco. La ascensión no da respiro. Desde los primeros metros hasta los últimos es muy dura, con cuatro kilómetros iniciales que oscilan entre el 9,5% y el 11%, otro kilómetro intermedio más al 10%, cuatro del 9% y la traca final del 9,5% de los dos últimos kilómetros.


La siguiente subida fue la del Cirque de Troumouse, muy larga, de 2.103 metros de altura y porcentajes máximos del 12%. Es el típico puerto cuya altimetría engaña: hay tramos relativamente suaves en los que, repentinamente, surgen pendientes con porcentajes superiores al 10%, de manera que la media, no muy excesiva, no refleja su dureza. Eso sí, es una ascensión preciosa, sobre todo el final, tres kilómetros al 9,5% que acaban en ese circo geológico y por donde está prohibido el paso de automóviles. Una mañana después subí el Lac d’Aumar, de 2.195 metros y pendientes que llegan al 13%. Es duro, pero no es tan exigente como el Portet. Si Troumouse es bonito (de Portet no puedo hablar porque la niebla impedía ver el entorno), esta ascensión lo es aún más. En los últimos cuatro kilometros, desde el Lac d’Orédon, sólo circulan vehículos a motor autorizados y la carretera acaba en un lago y un entorno preciosos. El col del Lac de Cap de Long, justo al lado, lo dejo para otra ocasión. De no haber surgido aquel contratiempo, luego tendría que haberme dirigido a los Alpes, pero las circunstancias nos obligaron a volver a casa. Allí, para intentar arreglar en lo posible la situación, decidí viajar cerca, a Teruel, para escalar tres montañas que tenía apuntadas hacía tiempo pero para las que nunca surgía la oportunidad. Coincidió con el episodio más tórrido del verano. Había tal calima que no se veían ni las montañas situadas a 500 metros. Con base en Mora de Rubielos, primero subí a la estación de esquí de Valdelinares: 27 kilómetros de ascensión hasta llegar a los 1.973 metros. Los últimos cinco kilómetros, con tramos del 10 al 12%, como en la subida al alto de San Rafael, justo en la mitad del recorrido. 



Después de haber estado en los Pirineos me supo a poco, igual que la escalada dos días más tarde a la estación de esquí de Javalambre (1.854 metros), muy muy suave. Muy distinto fue el Pico del Buitre, la ascensión hasta el Observatorio Astrofísico de Javalambre, que hice entre aquellas dos etapas a las estaciones de esquí situadas a ambos lados de la autovía Mudéjar. Es brutal y no me extraña que se convirtiera, unos días más tarde, en uno de los etapones de la Vuelta: 1.956 metros de altura. Sus últimos siete kilómetros son terribles, con pendientes que van del 12% al 16% y tramos cuya media es del 9,7%, 9,8%, 10,3% y 11,4%. En el último kilómetros hay dos picos del 10 y del 15% que te rematan. No descansas ni un momento. La calima era tan bestial que apenas se veían las montañas de los alrededores.



Volví de nuevo a casa parcialmente frustrado, pues de los tres puertos, sólo había disfrutado de uno, el del Pico del Buitre. Sólo pensar que hasta 2024 no volvería a tener la oportunidad de disfrutar de las montañas alpinas, a las que ansiaba volver desde que estuve en Moutiers en 2022, me desesperaba. Así que me lié la manta a la cabeza y decidí ir allí como fuera, aunque quemara mi pequeño utilitario en los 2.600 kilómetros que pretendía recorrer hasta llegar a los Alpes. Pero se portó de maravilla y no me dejó tirado. Fue una paliza, pues tenía que hacer muchos kilómetros en apenas cinco días y no podía descansar ni una sola jornada. 

Primero llegué a Modane (Francia), desde donde subí el Mont Cenis (2.081 metros), en la frontera con Italia, relativamente sencillo. De allí fui a Chiavenna, donde planeé dos etapas. La primera, en el cercano territorio suizo, para escalar en una misma jornada el Julierpass (2.284 metros) y, luego, el Albulapass (2.312 metros). Son ascensiones muy bonitas por valles interminables y precipicios peligrosos: Gino Mäder falleció en la pasada vuelta a Suiza al descender por el Albulapass. En el lugar hay ahora una especie de altar construido con bidones, flores y recuerdos colocados por los ciclistas que pasan por allí. Ambas pistas están, eso sí, en muy buen estado, de manera que en la bajada se cogen velocidades enormes.

Y la siguiente fase del plan fue el Splugapass, 30 kilómetros de ascensión hasta llegar a la cima, situada a los 2.115 metros, en la frontera con Suiza. Hay un desnivel de 1.780 metros. A los 2.000 metros se pasa junto a un lago construido en 1931 por los fascistas italianos. Tiene 51 tornanti (curvas cerradas de herradura), lo que da una idea de cómo es el recorrido. Hay zonas en las que el tornante está dentro de sucesivas galerías anti desprendimientos (con ‘ventanas’ al precipicio) y son tan cerradas que apenas cabe un solo automóvil. El giro es prácticamente a ciegas. Al lado, barrancos casi verticales. Tantos kilómetros de subida resultan agotadores, sobre todo en la parte intermedia, cuando la media durante cinco kilómetros es del 9%. Pero merece la pena. Los Alpes nunca defraudan. A ver si en 2024, ya con 60 años, aún puedo volver.







Comentarios