Al inicio, varias curvas de herradura, como la que pasa frente al mítico (y cerrado) Hotel Belvedere. La zona próxima al ascenso al Grimselpass, preciosa. Me quedé con ganas de subirlo, pero queda anotado para el futuro. Es impresionante contemplar desde allí la carretera sinuosa que asciende al Furkapass y la silueta del Belvedere en medio de la nada. De la lluvia y el frío, al calor en el ascenso al Nufenen, al menos al inicio de la escalada.
Es un puerto complicado, con una media de casi el 9% de pendiente durante otros 13 kilómetros. Me empezó a doler mucho la espalda y estuve a punto de no seguir tras llegar a la cumbre. Pero tirar la toalla tras hacer tantos kilómetros desde Ibiza, como que no. Así que bajé hasta Airolo (22 kilómetros), desde donde comienza la subida al Gotthard.
El tiempo en la base era excelente, tanto que me desprendí de los guantes de agua, del maillot para frío y del chubasquero. Aviso: nunca vayas sin chubasquero ni a los Alpes ni a los Pirineos. Hace años aprendí que SIEMPRE hay que llevarlo encima, pero cometí el tremendo error de no llevarlo conmigo en esa ocasión. Justo nada más iniciar la subida empezó el fuerte viento. Y desde allí se veía cómo, al fondo, allá en lo alto, el cielo azulado se tornaba oscuro. Incluso se apreciaba cómo descargaban las nubes. A la ventisca se sumó la lluvia y una bajada súbita de la temperatura. Estaba congelado y mojado. Intenté refugiarme en una curva, pero enseguida comprendí que la tormenta iba para largo y que o empezaba a pedalear (y a calentarme) o acabaría con una pulmonía. Descartado bajar de nuevo a Airolo. Así que, entre tiritonas, empecé a subir de nuevo. Momento épico pero muy delicado. A la complicación meteorológica se sumó el firme, de pavés, que provoca que la bicicleta bote continuamente. Un suplicio, vamos. Frío, lluvia, viento, adoquines y, de nuevo, el dolor de espalda y el cansancio acumulado. Pero quizás por el instinto de supervivencia, de repente recobré las fuerzas. Ya me daba igual superar ese emblemático paso: lo importante era alcanzar cuanto antes la cumbre y poder abrigarme. Nada más llegar se acabó el viento y la lluvia. Los Alpes son así.
Al día siguiente, subida al Oberalppass (2.044 metros), más que nada como entrenamiento para la cita del día siguiente, el Sustenpass (2.259 metros). Mucho calor en el ascenso (que hice por la tarde), que es suave y que se realiza a través de un largo valle en paralelo a una vía férrea.
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