La
pandemia trastocó todos mis planes iniciales de escaladas de este
año: Furka, Gotthard, Nufenen... Pero encontré montañas
interesantes, alternativas y huecos en el calendario para suplir las
que quedaron aparcadas hasta tiempos mejores. Quién sabe si para
2021. A finales de marzo pensaba subir el Velefique y la Tetica de
Bacares (!!), así como el Calar Alto (desde el sur), en Almería,
pero ya sabéis lo que pasó: el confinamiento lo impidió. Pero una
vez se levantaron las restricciones, allá fui: el 26 de junio coroné
el Velefique (1.820 metros) y, seguidamente, la Tetica de Bacares
(2.100 metros). Al Velefique le llaman el Stelvio español, yo creo
que equivocadamente, pues aunque tenga varias curvas de herradura
seguidas, ni son tantas ni con tanta pendiente. Además, el escenario
es totalmente distinto: en Italia te encuentras entre montañas
alfombradas bien de bosques, bien de nieve (incluso en julio), y la
altura es mucho mayor; en Almería se parte del desierto puro y duro,
de manera que apenas hay vegetación (matorrales, a lo sumo) hasta
alcanzar los 1.500 metros de altura, si bien fue un gustazo oler la
fragancia de las ginestas (sí, allí huelen de maravilla) en esos
primeros tramos.
Los
cuatro primeros kilómetros son muy duros, con pendientes medias del
11,3%, 8,8%, 8,4% y 9,1%, pero el resto es bastante suave, con
máximas del 6,7% y un final del 8,6%. Antes de subir no me fiaba de
las altimetrías que analicé, pues diferían en bastantes metros. Al
final, la del Velefique coincidía tanto con mi ordenador de la
bicicleta como con el cartel que hay al hollar la cima. De ahí que
la de Tetica de Bacares sea, según mis cálculos, de 2.100 metros,
que son los que hay hasta la punta de esa estación de antenas, un
último repecho de hormigón con mucha pendiente pero con una vista
increíble.
Al
día siguiente, el 27 de junio, ascendí al Calar Alto por la
vertiente sur. Hace tres años (23 de agosto de 2017) lo subí, de
camino al Veleta, por la cara norte y con alforjas. Son 20 kilómetros
que se hacen largos, con algunos tramos del 9% (km 5), 10,2% (km 10),
o del 8 al 9% (kms 14 al 17). Lo peor es el final, con un kilómetro
y medio (de ldo tres últimos) al 10,5% por un firme bastante malo,
aunque compensa la llegada, los enormes telescopios inmaculadamente
blancos que hay en la cima y ese cielo limpio, puro y azulado.
Banda
sonora que acompañó a este viaje: 'Ser brigada', de León
Benavente, porque parte de su letra venía al pelo: Y
se fueron buscando el calor
Llegaron
al desierto de Almería y ese día
Se
cubría con todo el vapor del mar
Subieron
a la montaña más alta
Y
gritaron sus nombres en bucle.
Y
visto que Suiza estaba vedada este año (llegar hasta allí no era
fácil con tantas restricciones y temía ser confinado
obligatoriamente en alguna zona de paso, bien francesa, bien italiana
o incluso helvética) busqué alternativas, hasta que tuve una
revelación: un anuncio en Facebook sobre las maravillas que ofrece
Andorra al ciclista. Quizás por prejuicios, siempre había
descartado viajar a ese país, pero me equivocaba: es un paraíso
para el ciclismo, con decenas de montañas maravillosas,
perfectamente cuidadas e incluso adaptadas para este deporte.

El
ciclismo es su alternativa estival al esquí invernal. Han apostado
fuerte y con inteligencia para atraer a cientos de ciclistas, desde
carriles hasta las cimas a carteles explicativos cada kilómetro (que
son mucho mejores que algunos franceses) y folletos detallados sobre
cada montaña y ruta (21) y hoteles adaptados. Allí se encuentran
algunas de las cimas más elevadas de los Pirineos, una concentración
muy alta y en muy poco espacio de cumbres majestuosas.
Fui
de menos a más: 25 de agosto, Coll d'Ordino (1.980 metros), por la
tarde, con mucho calor; 26 de agosto, Arcalís (2.229 metros); 27 de
agosto, Port de Cabús (2.302 metros), y 28 de agosto, y pese a que
había alerta naranja (por la tarde y por la noche cayó un aguacero
tremendo), Envalira (2.408 metros). Una experiencia y un viaje
inolvidable.
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